El chisme, aunque se considere un fenómeno exclusivo de conversaciones intracendentes entre personas sin oficio, es en realidad un elemento importantísimo dentro del proceso comunicacional.
Caracas (201008).- Como un animal mitológico, el chisme crece añadiendo partes a su monstruosa y grotesca anatomía, capaz de destruir reputaciones personales, la buena imagen de instituciones y credibilidad de empresas. Esta reprochable actividad se ve con mayor intensidad alrededor de campañas electorales, bien sea para elegir a un candidato o votar sobre un referéndum. Y aunque no lo crean, existen “chismosos” profesionales que su única función es la creación y propagación de dimes y diretes con el propósito de secuestrar nuestras conversaciones cotidianas; y así se pondrá en duda la integridad de políticos o los proponentes de tal o cual nueva ley.
Caracas (201008).- Como un animal mitológico, el chisme crece añadiendo partes a su monstruosa y grotesca anatomía, capaz de destruir reputaciones personales, la buena imagen de instituciones y credibilidad de empresas. Esta reprochable actividad se ve con mayor intensidad alrededor de campañas electorales, bien sea para elegir a un candidato o votar sobre un referéndum. Y aunque no lo crean, existen “chismosos” profesionales que su única función es la creación y propagación de dimes y diretes con el propósito de secuestrar nuestras conversaciones cotidianas; y así se pondrá en duda la integridad de políticos o los proponentes de tal o cual nueva ley.
En nuestros días, a menos de dos semanas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, esta actividad se ha intensificado, sobre todo desde el lado republicano que ha cada oportunidad le sacan “los trapos sucios” al candidato demócrata Barack Obama. Pero hay que tener mucho cuidado con lanzar esta clase de ataques, porque en vez de ser una lanza penetrante, en realidad son un bumeran que tiene la capacidad de devolverse tres veces más poderoso al lanzador. Precisamente esto sucede en la campaña electoral norteamericana. Los ataques contra Obama rebotan en el electorado quienes están más preocupados acerca de la pésima situación económica del país, algo que perciben en piel propia y que de paso acusan a los republicanos por esta debacle.
Aunque sea increíble para muchos, es cierto que existen "chismosos profesionales" que reciben un oneroso sueldo para que inventen chismes o chismes camuf1ajeados de chistes políticos que cuestionan la vida personal, integridad moral o tendencia sexual del candidato, cuya meta es manipular nuestras convicciones y creencias que al final produzcan el resultado pronosticado: la emisión de votos deseada.
Y es que el chisme, aunque se considere un fenómeno exclusivo de conversaciones intrascendentes entre personas sin oficio, es en realidad un elemento importantísimo dentro del proceso comunicacional, estudiado hasta la saciedad en las escuelas de periodismo y otras ciencias sociales en la cátedra de Sociología de la Comunicación.
Muy pocos en este mundo pueden proclamar que nunca han caído ante la tentación de repetir un "buen chisme", principalmente hoy cuando ciertos medios de comunicación irresponsables que no cumplen con la máxima periodística de corroborar las informaciones, se prestan como conducto para hacerse eco del mismo.
La Universidad de Hamburgo, Alemania, realizó un amplio estudio sobre este fenómeno y define al chisme como "noticia o información verdadera o falsa, relativo a un tercero, que se da para desacreditarlo o enemistarlo con otro".
El hecho de chismear -agrega el estudio- casi no requiere ningún contexto especial: chisme hay y hubo en cualquier tiempo, lugar, clase social, tanto entre hombres como mujeres. Chisme es el diálogo de dos o más personas sobre una tercera conocida de ambos (o todos) que no puede intervenir en el discurso.
Es aquí que negamos al factor más importante del teorema chismológico: la ausencia de la víctima que le permita defenderse y la libertad que encuentran los interlocutores para "despellejar" a la persona ausente.
En la medida que se siga repitiendo la noticia, la misma adquiere ribetes de fábula.
Como en un rompecabezas, cada quien le agrega elementos propios, ya que la imaginación suple las piezas perdidas, y la repetición, el boca a boca, convierte esas invenciones en hechos inapelables.
Tal como afirmaba el nefasto Ministro de Propaganda Nazi, ]oseph Goebbels: "una mentira adecuadamente repetida por mil voces se convierte en una verdad".
Pero la pregunta es: ¿dónde radica la atracción del chisme, que en algún momento nos tienta a romper el octavo mandamiento de las tablas de la Ley: No darás falso testimonio contra tu prójimo?
La respuesta es simple: el factor espejo, que permite comparar nuestras virtudes con el personaje motivo de la conversación, y que apela a las emociones y no al raciocinio. Hablar sobre los "pecadillos" de una persona ausente confiere un sentido de superioridad al locutor, ya que existe un mensaje subliminal de "yo soy mejor que él/ella porque soy incapaz de hacer eso".
En el plano psíquico, el chisme apela a un factor emocional muy parecido al proceso del miedo, ya que nuestros sentidos se agudizan; la adrenalina se dispara, el corazón se acelera, aumenta la circulación sanguínea y llega más oxígeno a nuestro cerebro. Mientras que el proceso de alerta que produce el miedo es necesario a fin de defendernos o huir ante el peligro; el chisme produce una necesidad imperiosa de compartir o transmitir esa información tan espectacular.
Los psicólogos dicen que los chismes son parte de nuestra búsqueda innata de un significado. “Son hipótesis descontroladas”, explica Ralph Rosnow, ex profesor de la psicología en la Universidad Temple en Estados Unidos. Es por ello nuestra urgencia “descontrolada” de decirle a otro: “te voy a contar algo en secreto que no debes repetir”.
Aunque muchos pongan en duda lo dicho al principio -que existen empresas dedicadas a la creación y propagación de chismes-, las mismas surgieron como agencias especializadas una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando se pudo cuantificar concretamente el poder del rumor entre las tropas, minando su moral y disposición al combate.
El método de una de estas agencias de Publicidad y Relaciones Públicas, con sede en Estados Unidos, consistía en enviar al tren subterráneo docenas de empleados por parejas, los cuales se ponían a charlar de manera que los demás pasajeros pudieran enterarse de todo. Así se transmitían los mensajes políticos o comerciales que interesaban en ese momento. Es la técnica denominada “filtración organizada” que consiste en anunciar un acontecimiento que contenga dos de los elementos esenciales en la creación de un rumor: la importancia y la ambigüedad. (valga decir que esta práctica es censurada por el Código de Ética de la mayoría de asociaciones de relacionistas públicos del mundo.
De esta manera llegan hasta nosotros informaciones desvirtuadas sobre una persona o entidad empresarial, como fue el caso de Procter & Gamble y la supuesta representación diabólica del número "666" en su logo corporativo.
Así como existen métodos para la propagación de chismes, hay también la contraparte para detenerlos al momento e impedir que sigan como un tornado en su trayectoria destructiva de personalidad o imagen corporativa. La regla principal es simple: responder adecuadamente a la mayor brevedad posible,
Recientemente un médico me increpó que "ustedes los periodistas son unos chismosos, buscando siempre en lastimar instituciones serias".
El malestar del galeno se debía a que un periódico de amplia circulación informó sobre un incidente en el que una señora se vio forzada a realizar sus necesidades fisiológicas en el suelo del baño de damas de un reconocido hospital del área metropolitana, ya que los sanitarios estaban tapados supuestamente por "falta de mantenimiento".
El médico explicó luego que la administración del hospital gastaba una gran cantidad de dinero en ete baño en particular, ya que la gente tiraba al inodoro cuanto objeto imaginable, tapando el desagüe.
Al preguntarle si el departamento de Relaciones Públicas del hospital contactó al periódico para corroborar la información, el médico me respondió “no tenemos departamento de Relaciones Públicas”.
Posteriormente me enteré que el diario intentó contactar a la administración del hospital para corroborar la información, pero decidieron no emitir declaración alguna.
Allan J. Kimmel, profesor de marketing en la Escuela de Negocios ESCP en París, Francia, autor de varios rios libros sobre control de rumores, responsabiliza a las instituciones que no hacen nada para contrarrestar los chismes.
"Para detener los rumores y los chismes, los altos directivos de una empresa tienen que hablar y ser honestos", dice Kimmel. "Si no cumplen sus promesas o se comunican de la de forma inefectiva la culpa es de ellos mismos".
Quizás la reflexión final sobre el chisme pudiera centrarse en la actitud de quienes escuchamos esas habladurías. Actitud que se muestra pasiva, falta de criterio, como si la sociedad en su conjunto estuviera cegada por la luminosidad de la información que nos llega desde todos los rincones. Dejamos a un lado el análisis necesario para llegar a la verdadera cuestión, quizás más aburrida, anodina como la vida cotidiana en la que nos desenvolvemos.
Aunque sea increíble para muchos, es cierto que existen "chismosos profesionales" que reciben un oneroso sueldo para que inventen chismes o chismes camuf1ajeados de chistes políticos que cuestionan la vida personal, integridad moral o tendencia sexual del candidato, cuya meta es manipular nuestras convicciones y creencias que al final produzcan el resultado pronosticado: la emisión de votos deseada.
Y es que el chisme, aunque se considere un fenómeno exclusivo de conversaciones intrascendentes entre personas sin oficio, es en realidad un elemento importantísimo dentro del proceso comunicacional, estudiado hasta la saciedad en las escuelas de periodismo y otras ciencias sociales en la cátedra de Sociología de la Comunicación.
Muy pocos en este mundo pueden proclamar que nunca han caído ante la tentación de repetir un "buen chisme", principalmente hoy cuando ciertos medios de comunicación irresponsables que no cumplen con la máxima periodística de corroborar las informaciones, se prestan como conducto para hacerse eco del mismo.
La Universidad de Hamburgo, Alemania, realizó un amplio estudio sobre este fenómeno y define al chisme como "noticia o información verdadera o falsa, relativo a un tercero, que se da para desacreditarlo o enemistarlo con otro".
El hecho de chismear -agrega el estudio- casi no requiere ningún contexto especial: chisme hay y hubo en cualquier tiempo, lugar, clase social, tanto entre hombres como mujeres. Chisme es el diálogo de dos o más personas sobre una tercera conocida de ambos (o todos) que no puede intervenir en el discurso.
Es aquí que negamos al factor más importante del teorema chismológico: la ausencia de la víctima que le permita defenderse y la libertad que encuentran los interlocutores para "despellejar" a la persona ausente.
En la medida que se siga repitiendo la noticia, la misma adquiere ribetes de fábula.
Como en un rompecabezas, cada quien le agrega elementos propios, ya que la imaginación suple las piezas perdidas, y la repetición, el boca a boca, convierte esas invenciones en hechos inapelables.
Tal como afirmaba el nefasto Ministro de Propaganda Nazi, ]oseph Goebbels: "una mentira adecuadamente repetida por mil voces se convierte en una verdad".
Pero la pregunta es: ¿dónde radica la atracción del chisme, que en algún momento nos tienta a romper el octavo mandamiento de las tablas de la Ley: No darás falso testimonio contra tu prójimo?
La respuesta es simple: el factor espejo, que permite comparar nuestras virtudes con el personaje motivo de la conversación, y que apela a las emociones y no al raciocinio. Hablar sobre los "pecadillos" de una persona ausente confiere un sentido de superioridad al locutor, ya que existe un mensaje subliminal de "yo soy mejor que él/ella porque soy incapaz de hacer eso".
En el plano psíquico, el chisme apela a un factor emocional muy parecido al proceso del miedo, ya que nuestros sentidos se agudizan; la adrenalina se dispara, el corazón se acelera, aumenta la circulación sanguínea y llega más oxígeno a nuestro cerebro. Mientras que el proceso de alerta que produce el miedo es necesario a fin de defendernos o huir ante el peligro; el chisme produce una necesidad imperiosa de compartir o transmitir esa información tan espectacular.
Los psicólogos dicen que los chismes son parte de nuestra búsqueda innata de un significado. “Son hipótesis descontroladas”, explica Ralph Rosnow, ex profesor de la psicología en la Universidad Temple en Estados Unidos. Es por ello nuestra urgencia “descontrolada” de decirle a otro: “te voy a contar algo en secreto que no debes repetir”.
Aunque muchos pongan en duda lo dicho al principio -que existen empresas dedicadas a la creación y propagación de chismes-, las mismas surgieron como agencias especializadas una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando se pudo cuantificar concretamente el poder del rumor entre las tropas, minando su moral y disposición al combate.
El método de una de estas agencias de Publicidad y Relaciones Públicas, con sede en Estados Unidos, consistía en enviar al tren subterráneo docenas de empleados por parejas, los cuales se ponían a charlar de manera que los demás pasajeros pudieran enterarse de todo. Así se transmitían los mensajes políticos o comerciales que interesaban en ese momento. Es la técnica denominada “filtración organizada” que consiste en anunciar un acontecimiento que contenga dos de los elementos esenciales en la creación de un rumor: la importancia y la ambigüedad. (valga decir que esta práctica es censurada por el Código de Ética de la mayoría de asociaciones de relacionistas públicos del mundo.
De esta manera llegan hasta nosotros informaciones desvirtuadas sobre una persona o entidad empresarial, como fue el caso de Procter & Gamble y la supuesta representación diabólica del número "666" en su logo corporativo.
Así como existen métodos para la propagación de chismes, hay también la contraparte para detenerlos al momento e impedir que sigan como un tornado en su trayectoria destructiva de personalidad o imagen corporativa. La regla principal es simple: responder adecuadamente a la mayor brevedad posible,
Recientemente un médico me increpó que "ustedes los periodistas son unos chismosos, buscando siempre en lastimar instituciones serias".
El malestar del galeno se debía a que un periódico de amplia circulación informó sobre un incidente en el que una señora se vio forzada a realizar sus necesidades fisiológicas en el suelo del baño de damas de un reconocido hospital del área metropolitana, ya que los sanitarios estaban tapados supuestamente por "falta de mantenimiento".
El médico explicó luego que la administración del hospital gastaba una gran cantidad de dinero en ete baño en particular, ya que la gente tiraba al inodoro cuanto objeto imaginable, tapando el desagüe.
Al preguntarle si el departamento de Relaciones Públicas del hospital contactó al periódico para corroborar la información, el médico me respondió “no tenemos departamento de Relaciones Públicas”.
Posteriormente me enteré que el diario intentó contactar a la administración del hospital para corroborar la información, pero decidieron no emitir declaración alguna.
Allan J. Kimmel, profesor de marketing en la Escuela de Negocios ESCP en París, Francia, autor de varios rios libros sobre control de rumores, responsabiliza a las instituciones que no hacen nada para contrarrestar los chismes.
"Para detener los rumores y los chismes, los altos directivos de una empresa tienen que hablar y ser honestos", dice Kimmel. "Si no cumplen sus promesas o se comunican de la de forma inefectiva la culpa es de ellos mismos".
Quizás la reflexión final sobre el chisme pudiera centrarse en la actitud de quienes escuchamos esas habladurías. Actitud que se muestra pasiva, falta de criterio, como si la sociedad en su conjunto estuviera cegada por la luminosidad de la información que nos llega desde todos los rincones. Dejamos a un lado el análisis necesario para llegar a la verdadera cuestión, quizás más aburrida, anodina como la vida cotidiana en la que nos desenvolvemos.
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